Vive tu vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes
de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote,
mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente
contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado. Y, sin que tú
encuentres motivos, por tu pobre miseria, los que te rodean vendrán a ti, y
con una conversación natural, sencilla –a la salida del trabajo, en una reunión
de familia, en el autobús, en un paseo, en cualquier parte– charlaréis
de inquietudes que están en el alma de todos, aunque a veces algunos no
quieran darse cuenta: las irán entendiendo más, cuando comiencen a buscar
de verdad a Dios. (Amigos de Dios, n. 273)
Para que Dios me ayude a ver, en el ambiente profesional, un campo
abierto a la realización de la misión apostólica que Dios confía a
todos los bautizados, aprovechando las oportunidades que Él me da
para ayudar a colegas, amigos, colaboradores, clientes, etc., a descubrir
las maravillas de la fe cristiana.
No olvidar el Id y Enseñad